La letra con sangre entra… La letra con sangre entra… y con ritalín
Este malestar que se percibe hoy día en Chile, en los jóvenes que no están dispuestos a hipotecar su futuro con créditos universitarios usureros, este malestar debe acercarse más a una lectura de que la civilización patriarcal del dominio nos tiene atrapados y sin salida… y, por lo mismo, es necesario abandonarla y desprenderse de ella, con todos sus símbolos y valores, con lo bueno y lo malo (si es que hay algo bueno). Entonces, crear una civilización basada en un concepto de horizontalidad que acepta la pluralidad de la vida, la explicitación de las diferencias y rechaza la uniformidad, sin la búsqueda de las “alturas”. La ideología de la igualdad está tomada, estratificada y congelada, y es una falsa igualdad de derechos: representa siglos de derechos de los hombres sobre las mujeres, y esto no se puede borrar de un día para otro. Además, el sistema jurídico con el que funciona el patriarcado está lleno de errores y se fundamenta en el castigo. Sus esfuerzos de regulaciones legislativas nunca han servido, porque la Ley patriarcal conlleva de manera intrínseca la ideología del dominio y sus tremendas injusticias.
¿Dónde está la imaginación de estos jóvenes por un cambio civilizatorio? Esta imaginación no está presente, porque no les hemos enseñado a pensar, solo a creer y heredar. Por eso todo lo que dicen cae dentro del discurso de la demanda: al padre, al abuelo, al estado, a dios o a quien sea. Ellos están despertando porque están reventados en sus aspiraciones, llenos de deudas al igual que sus padres. Estas aspiraciones prediseñadas y desmedidas las instala el discurso patriarcal de la “juventud divino tesoro”, que es peligrosísimo porque proyecta en el imaginario la idea del príncipe heredero. Los jóvenes, tarde o temprano, se tienen que poner terno y corbata, aunque sea simbólicamente. Por qué van a pensar de otra manera. La juventud divino tesoro es una mentira más, porque al final los vuelve a instalar dentro del mismo sistema. No les da la chance del cambio. El corte por edad es lo más eficiente para que no fluya una sabiduría otra. Los cortes por edad son profundos y marcados, incluso en la ropa y el estilo; son funcionales a esta civilización de explotación y de la ideología de la vejez como desecho.
Actualmente, todos buscan culpables, pero podríamos seguir retrocediendo y buscando culpables hasta llegar al año cero o al menos uno, y nos vamos a encontrar con los mismos: los creyentes del sistema. Así no se puede detener esta autodestrucción en la que estamos sumergidos, porque en una ideología como esta, domina la pulsión de la muerte. Y la historia tampoco nos sirve como referente de libertades, puesto que la historia ha sido el relato de los triunfadores, es decir, ha sido la justificación de los depredadores. Más bien, con la historia patriarcal se han borrado las memorias que nos podrían dar pistas de salida de esta civilización para poder transitar a otra. Ya está bueno, son 2 mil años, por lo menos, si no son 4 mil, y esto es mucho. Insisto, da lo mismo a qué punto de la historia volvamos, incluso si llegamos a las revoluciones más progresistas y atisbamos una luz de esperanza, nos damos cuenta de que siempre volvemos después a lo mismo: a los cortes/conflictos, a los mismos horrores patriarcales. Una nueva matanza –con una falsa democracia- vuelve a echar todo por tierra.
La dinámica constante de revisar la historia para culparse unos a otros de las barbaridades que hacemos como humanidad, está traspasada por la ficticia barrera de izquierdas y derechas. Es en este juego ficticio donde caemos las mujeres con nuestras reivindicaciones (en estos momentos, también los estudiantes). Sin embargo, el patriarcado de izquierda y de derecha -cada uno a su manera- cuenta con sus propios dioses: algunos más grandes, otros más chicos. Cada cual sabe cuántos dioses tiene y sus nombres, dioses a su manera y a su maña. Los dioses y creencias siguen funcionando. Da lo mismo quién tiene la culpa, es el patriarcado como ideología el que nos tiene amarrados, y desde este lugar, se repiten las mismas pestes, solo que siempre es de peor forma y con mayor daño. Me temo que ahora estemos acercándonos al daño total, a la destrucción del planeta.
Si queremos hablar de locura, hablemos de la acumulación de “no cultura” acumulada en las universidades, los museos y bibliotecas, esa no es la historia de nosotras las mujeres. Ser culta y culto es otra cosa, consiste en no respetar nada de un pasado de saqueos continuos (ya sean intelectuales, materiales y/o corporales). Si queremos hablar de locura, hablemos del matrimonio, inherentemente reproductivo, donde unos tienen derechos sobre otras, donde la ideología de la superioridad se expresa en el dominio de los afectos, como si esto fuese natural, cuando en realidad, es lo más anormal que alguien sea dueño de otra persona, aunque sea su hijo y “por amor”. No hay que olvidar que esta, la ideología de la “parejil-pareja”, de la heteronormatividad y la heterosexualidad compulsiva con su consecuente esclavitud y pulsión natalista (recordemos que pronto seremos 8 mil millones (8.000.000.000) de personas en el mundo, donde 2.000.000.000 están en estado extremo de hambre), es una de las ideologías más potentes y vigentes, a pesar de los siglos de resistencia, porque resistencia siempre ha habido, aunque no esté registrada: recordemos que durante siglos se quemaron sistemáticamente mujeres por poseer conocimientos y sabidurías.
Si queremos hablar de locura, hablemos de una sociedad que vende todo, que vende a sus hijos para una esclavitud de por vida con los intereses en los costos de la educación, para recibir una educación sobre-ideologizada… y todavía no se “indignan” lo necesario sobre esta situación. Los más indignados en estos momentos son los jóvenes, no son los dirigentes políticos, pero a los jóvenes recién les está empezando a caer la “chaucha”, eso espero. Hablemos del tráfico de seres humanos, tan concreto como el de esclavos, tráfico antiguo y actual. Nunca en la historia conocida del mundo, ha habido tanta migración, diásporas gigantes sin lugar, que vagan por el mundo, pueblos enteros muriendo en el desierto, intentando encontrar un lugar donde vivir, intentando cruzar fronteras armadas, océanos y ríos para trabajar y a penas comer, y además ser maltratados. Hablemos de los aviones volando hacia el norte llenos de mujeres, niñas y niños para la prostitución y la pedofilia. Y para qué hablar de lo que les hacen a nuestros animales, ríos, cordilleras y mares.
¿Y qué podemos hacer las mujeres –o los jóvenes- en este escenario patriarcal? ¿Pedirles a los hombres que no nos maltraten o que no manden a nuestros jóvenes a matar/morir en la guerra? Las demandas son inútiles y empoderan más a quienes ejercen el poder de dominio, a los dueños del mundo. Toda demanda es absorbida y desaparece en un sistema en donde las mujeres -la mitad del mundo- no hemos participado de manera protagónica ni creadora desde que se formó esta civilización. ¿Es posible pedir igualdad en este contexto? ¿Igualdad para qué? ¿Para acceder a leyes y a espacios dentro de un sistema que ya está fracasado, está mal inventado, mal parido? Otros luchan inútilmente para casarse, es decir, para formar parte de una ideología sustentada en la proyección de propiedad sobre las personas. Nada de esto sirve. Lo que sirve es un “cambio civilizatorio”, porque nos situemos donde nos situemos en la historia conocida, siempre nos encontraremos con las mismas bases de dominio que fundamentan esta civilización, nos enfrentaremos a la continuidad de una CIVILIZACIÓN FRACASADA. Por lo tanto, para quienes nos conectamos con la rebeldía profunda, humana y creadora, no existe más salida que abandonar la civilización patriarcal vigente; si no es así, seguiremos reproduciendo los mismos desastres deshumanos, por más revoluciones o movimientos sociales que generemos, y por más universidades inútiles que inventemos.
Ser jóvenes en sí no implica el libre pensamiento. Los jóvenes son productos de esta cultura igual que todos y todas. Por lo tanto, las mismas pestes ideológicas que conocemos funcionan en sus cabezas. Luego de la “pataleta” de rebeldía se espera que se incorporen a lo establecido: a la búsqueda de la familia y todo lo que este núcleo ideológico contiene. Y se siguen perpetuando los cimientos fundantes de la civilización actual, que no hay que olvidar que se basa en la idea-eje del ser superior y de la vida como un programa para el dominio. La juventud divino tesoro constituye una tradición que se hereda a través de las generaciones de los hombres. Para las mujeres representa algo muy distinto. Representa que otra mujer las trate de “perras en leva”, amenazándolas de muerte, exhibiendo la misoginia más profunda del patriarcado a través de la voz de las mujeres. La Sra. Tatiana Acuña Selles, Secretaria Ejecutiva del Fondo del Libro del Ministerio de Cultura, donde se supone que está la cultura “culta” de la derecha fascista de este momento, ha dicho “hay que matar a la perra y se acaba la leva”, aludiendo a la dirigenta de los estudiantes Camila Vallejo. ¿Habrá que reponer las “funas” que se hacían en la dictadura, ir a la casa de la señora Acuña y del Ministro de Cultura Cruz-Coke? Esta es la cultura CNI que conocimos tanto durante 17 años de dictadura, y hoy está aquí y da cuenta de que el acceso de las mujeres a la igualdad no modifica en nada la brutal misoginia estructural y naturalizada.
El día 23 de junio de 2011 bajaban por la escalera de La Moneda, los mismos que, durante los setenta, subían al cerro San Cristóbal junto a Pinochet, llevando antorchas triunfantes en las manos. Eran actos pinochetistas que celebraban el ser dueños de vidas humanas. Eran los comandantes, los mismos que tenían a Guzmán a la cabeza (o en la cabeza); eran los amigos y admiradores de un dictador de la peor especie: violento, ignorante, ladrón y asesino. Todos ellos están nuevamente manejando Chile, robando como robó el dictador, matando y torturando como mató y torturó el dictador. Son los mismos que subían al cerro en una marcha de triunfo y de toma. Ahora, están de vuelta; en realidad, nunca se fueron. Tampoco Pinochet se fue, nos dejó sujetos al proyecto de Guzmán, con la iglesia de sostén teórico y la aureola del “buenismo”, siempre hipócrita; sin embargo, cuando sale la podredumbre, ¿qué pasa? Algo vuelve a oler muy mal en Chile.
La Constitución Guzmán consagra una inamovilidad de las ideas de la derecha, de su poder, de su clase y del dominio militar (nazismo). Y la Era de Guzmán se autodefine como la garante del Estado de derecho, cuando no hay derechos o, más bien, hay demasiados derechos para unos pocos y muy pocos para la mayoría. Hay más derechos para encubrir la apropiación indebida de la educación y de la naturaleza (incluidos nuestros cuerpos). En tanto, los vencidos/triunfantes de la Concertación, entrampados en las divisiones sectoriales, niegan la continuidad subyacente de la dictadura y defienden la social democracia, que no tiene nada de social ni nada de democracia, solo igualitarismos fugaces, y siempre y cuando les convenga. Tanto los unos como los otros están inspirados por las mismas creencias civilizatorias. Aunque los más progresistas digan que no creen en dios, funcionan de la misma manera, bajo las mismas convenciones, bajo las mismas ideologías: la ideología de la parejil-pareja, la ideología de la reproducción, es decir, de los hijos como continuidad de vida o como permanencia en la vida; la ideología capitalista de que unos son más capaces que otros y, finalmente, la gran ideología de que unos son superiores a otros… entre otras.
Nada se ha movido en el Reino de Chile desde el advenimiento de Pinochet (o desde que llegó Pedro de Valdivia con el rey de España a cuestas). El dictador le hizo el trabajo sucio, el de los más sucios, a la derecha tradicional de este país: matar a los otros, a los “ilegítimos”. Además, modernizó su viejo estilo con su juventud divino tesoro que subía a los cielos por los senderos del cerro San Cristóbal, con su virgen coronándolo, siempre acompañados de dios y de Hitler. Así se instalaban los Chicago boys, capitalistas modernos y depredadores, porque la depredación es un aprendizaje: se estudia y aprende en las Universidades, que son las que dan los títulos, otorgando legitimidades. Por su parte, la Concertación sigue negociando, desde el juego que le marcó la derecha golpista de Chile (a todos nuestros “hombres de izquierda”). La Concertación más bien hizo un “arreglín” con Pinochet y sus boys (UDI), negoció un miserable acceso a un aparato de estado que anda, pero anda para un solo lado, para el capitalismo más puro y duro, depredador y salvaje; depredador de la naturaleza y de los seres humanos, a quienes se mata, tortura y exilia, de tal forma que los que quedaron, quedaron acobardados, sin ningún poder y adictos doblemente al capitalismo (creyentes del capitalismo). Son a ellos, los concertacionistas, a los que les echan la culpa de los males actuales, de puro vendidos que fueron… así se vende la historia.
Antes de irse, Pinochet y su ideólogo Guzmán, dejaron instalados, dentro de la Iglesia Católica chilena, al Opus Dei y a los Legionarios de Cristo, en todo su esplendor. Hoy, son las grandes fortunas de Chile, con sus colegios, Universidades y grandes negocios (grandes capitalistas desmedidos, como Lavín; grandes pedófilos como Maciel). Tanto los Legionarios como el Opus Dei están respaldados por las sagradas escrituras, por el Vaticano, el FMI, el Banco Mundial, y ungidos y legitimados por las grandes Universidades, chilenas y extranjeras. Esto es demasiado peso para este país. No se puede formar una cultura con personas creyentes. El invento del ser superior conlleva el dominio. La arrogancia de quienes dirigen las creencias y de quienes se declaran creyentes, se sustenta en la existencia de los Libros Sagrados, inamovibles. A ellos no les molesta dios, a ellos dios los ayuda. La condición de libro sagrado trasciende a los libros sagrados de las religiones. Estos marcan el poder de la escritura, pero además su inamovilidad. El modelo de libro sagrado expresa la compulsión patriarcal por fundar, por crear a la manera de dios y establecer reglas, desde un lugar privilegiado, acerca de todos los modos en que debemos ser y relacionarnos. La ideología patriarcal instala su dominio mediante libros-eje. Instala la ideología de la escritura esencialista, es decir, la idea de que lo escrito adquiere el estatus de la verdad absoluta.
No tenemos salida si no ponemos en cuestión esta civilización, sus creencias y sus valores, sus productos, incluso los culturales, intelectuales y artísticos. Arte, filosofía, literatura, ciencia, ingenierías, están impregnados de la ideología del dominio, son su gran propaganda, como si fuera parte de la naturaleza del ser humano, como la Coca-Cola. Decir “somos así por naturaleza” es la profecía autocumplida de esta civilización y su interpretación histórica, que nos instala como si fuéramos naturalmente violentos, además como si siempre fuéramos el último producto más civilizado, creando así un eterno estado de autocomplacencia cultural por parte de quienes ejercen el poder, y que nos hace a-críticos y nos des-historiza. Sin embargo, son estas culturas y civilizaciones que creamos, las violentas. Es necesario romper estas estructuras y abandonar las creencias y sus ideologías. Esta ideología es constantemente renovada e instalada por la educación y por lo que consideramos conocimiento; así, la educación se vende al mejor postor, al más adherido al proyecto mercantilista.
El patriarcado no ha evolucionado profundamente, cuando más, se ha modernizado. Las modernidades en el patriarcado terminan siempre siendo una agresión, como la industria automotriz, la farmacéutica, la medicina y para qué hablar de la bélica. Todo termina siendo un gran negocio para solamente unos elegidos. Lleguemos donde lleguemos en la historia, chocaremos con la idea del ser superior y su base de dominio. Esta civilización del dominio no nos sirve, y pese a que llega hasta el infinito en una búsqueda de reinterpretación histórica, tiene una fecha de inicio, por lo tanto, no siempre fue igual. Y sobre todo ahora YA no puede ser igual. Lo que hay que cambiar es el sistema civilizatorio basado en el varón, el gran usurpador privilegiado, el responsable histórico de la ideología de superioridad, responsable histórico de que todo se interprete desde esta pulsión de dominio, desde este lente que hace que la práctica de dominio sea lo básico, fundamental y natural de la existencia; todo se ve, se lee y construye bajo el mismo prisma… Y sin embargo, nadie es dueño de nadie ni de nada, menos del aire que respiramos, bombardeado por lacrimógenas en Santiago de Chile.
Margarita Pisano. Con la colaboración de Andrea Franulic y los aportes de Elisa Rojas. Las Rebeldes del Afuera.