La potencialidad rebelde y política del lesbianismo
Presentación del libro de Beatriz Gimeno
Margarita Pisano, Andrea Franulic (colaboradora)
Cada vez que me asomo a la historia de las mujeres, de cómo han sido nuestras vidas, me vuelvo a espantar. Vuelvo a quedar horrorizada de lo que nos han hecho y de la profundidad de la misoginia y su crueldad. Al mismo tiempo, pienso que hay muy poca conciencia de esta realidad, y el libro de Beatriz Gimeno propone una mirada.
En una cultura misógina, no podemos convocar a cambios reivindicativos, porque masculinidad y feminidad constituyen un todo indivisible, que constantemente se reinventa y recicla como única alternativa de civilización. La profundidad de un cambio podría generarse desde el lesbianismo, ya que logramos imaginar un mundo sin depender de los hombres, más bien, en horizontalidad con ellos. Pero esto sólo es posible si construimos un referente ideológico que realmente deseche el sistema vigente para proyectar un horizonte cultural sin la lógica del dominio. El lesbianismo puede ser una tierra abonada para pensar y crear juntas una visión “otra” y modos distintos de relación. Dependerá de la ideología que lo contenga y, en este sentido, el feminismo radical es una corriente de pensamiento que aporta claves para una ruptura civilizatoria.
Para nosotras, el feminismo radical constituye un cuerpo de conocimientos coherente con prácticas políticas no funcionales al sistema de dominio vigente. Existe una contradicción entre compartir ideas del feminismo lésbico radical y practicar cualquier activismo en compañía de los dueños y señores de la masculinidad/feminidad dominante. Mientras no construyamos un foco ideológico, cualquier combinación con aquéllos, nos transforma en cómplices de la deshumanización que vivimos, especialmente con nosotras mismas (la misoginia entre las mujeres es la peor). Este punto clarifica los fracasos de nuestra historia, la pobreza de proyectos “otros” de cultura y la disecación de nuestras ideas. La historia del lesbianismo que relata Gimeno es más coherente con estrategias integracionistas que con una posición radical. Su relato, en general, no apela a las ideas políticas de las lesbianas, sino a la resistencia de éstas en los resquicios del patriarcado. Sin embargo, para la autora, el lesbianismo se transforma en opción política con la llegada del feminismo radical en los setenta, pero éste aparece como una isla con una historia escatimada.
Nuestra mirada radical consiste en pararse desde “la otra esquina” para mirar y ver, y esto supone un desapego hacia el orden esencial del patriarcado al que no le reconocemos valor alguno por su historia. Por esta razón, rechazamos el acceso a los espacios de poder masculinistas y todas las negociaciones que esto conlleva. Las prácticas políticas del feminismo radical parten en los grupos de autoconciencia, construyendo conocimientos desde la experiencia vital de las mujeres. Las radicales proponen el “separatismo”, porque la “integración” implica la “desintegración” de pensamientos transformadores, la toma de los espacios de mujeres y sus ideas.
Según Gimeno, las lesbianas feministas se integran al movimiento gay en la década de los noventa, porque en el movimiento feminista padecen la lesbofobia de sus compañeras políticas. Esta lesbofobia se ha manifestado concretamente, los últimos años, en la reescritura de la historia. La autora denuncia la invisibilización de la que han sido objeto las lesbianas en las historias reescritas por el movimiento feminista de España. Ejemplifica con María Ángeles Larumbe, la que, en su libro (2002), pretende analizar en profundidad la historia del Partido Feminista Español, sin considerar las “tesis” del año 79 en las que el Partido plantea que el lesbianismo, entre otras cosas, es el sector que ha aportado “más significados revolucionarios en la lucha feminista”.
Compartimos una denuncia de este tipo. Pero diferimos con Gimeno en el aterrizaje. ¿Por qué después de estas rupturas dentro del movimiento feminista, las lesbianas se integran al movimiento homosexual, casi como una consecuencia lógica? Además, la autora nos señala que esta integración no ha sido nada fácil, que las lesbianas feministas han padecido la misoginia de los gays y los prejuicios de las lesbianas antifeministas, como padecieron la lesbofobia de las feministas heterosexuales. Gimeno divide en dos fases la integración de las lesbianas feministas al movimiento homosexual. La primera fue costosa por las discriminaciones anteriormente señaladas; en una segunda fase, la actual, se percibe un avance en el sentido de que han logrado impregnar de ideas feministas el universo LGTB y alcanzar cierto reconocimiento por parte de los compañeros gays.
Según nuestra esquina, la clave para interpretar este mecanismo discursivo que consiste en “lesbofobia en el movimiento feminista = integración al movimiento gay”, está en percibir el movimiento feminista como un único referente ideológico sin corrientes de pensamiento en su interior y todas sus dobles/triples militancias. Mi crítica contra el movimiento feminista, que ha sido sistemática a partir del año 90 hasta llegar a declarar su “fracaso”, se dirige contra una corriente ideológica específica dentro del feminismo que, en la década anterior, denominamos “corriente institucional. He insistido en la necesidad de explicitar las tendencias políticas que existen al interior del movimiento para evitar cooptaciones, invisibilizaciones y falsas historias, representatividades y negociaciones. La corriente feminista institucional como el lesbianismo institucional mantienen las mismas prácticas convencionales y fracasadas del sistema: lobby, advocacy, acuerdos, convenios, programas, tratados, decretos… guerras.
En el relato de Gimeno hay un vacío en relación a la corriente radical y su ideología. El gran invisibilizado es el feminismo radical por el proyecto político que propone, es decir, por cuestionar la civilización vigente desde sus fundamentos. El movimiento feminista instalado ha borrado y negociado los conocimientos de la propuesta radical a lo largo de estas últimas décadas. Feminismo radical está entrelazado con gesto lésbico. Y, en este contexto, a la vez que se invisibiliza a las lesbianas se está invisibilizando un discurso ideológico específico, nada conveniente para los intereses y juegos de poder dentro del sistema. Es una equivocación analizar la lesbofobia del movimiento feminista sin la explicitación de las corrientes de pensamiento que lo conforman y sin implicarla en el orden simbólico de la misoginia. De esta manera, el aterrizaje discursivo de Gimeno justifica la integración de las lesbianas feministas al gran paraguas de la diversidad sexual. Percibimos que en el análisis de Gimeno subyace una cierta mirada esencialista.
Entregar las ideas transformadoras del feminismo a las voces legitimadas del movimiento gay, me parece grave. La feminidad gay es un remedo de lo que nos ha tocado vivir. Mientras las responsabilidades de los gays al servicio de la masculinidad no sean reconocidas, no tenemos nada que hacer con ellos, como el haber estado siempre en los lugares donde se ha construido la misoginia, el estereotipo de la feminidad y todas las instituciones que amparan la masculinidad/feminidad. Para hacer política es necesario reconocer una historia en común, por lo menos en parte.
Para las pensantes no hay lugar sagrado e intocable (ni la familia ni la pareja ni el amor ni las leyes ni las religiones ni la academia ni la cultura ni las instituciones ni la filosofía), total, no somos las gestoras de todo esto. La pensante es más que una investigadora, es una indagadora que se implica con su propia experiencia, y tiene que estar muy atenta al argumento terrible de lo esencial y natural: ¡ojo con el respeto a la cultura vigente y sus sostenedores, y con los planos inclinados que nos hacen resbalar, constantemente, hacia el esencialismo obediente y admirado!
Como he ido bosquejando, lo importante es constituir grupos pensantes que se sitúen fuera de los valores e instituciones de la civilización conocida, y que constituyan focos de atracción civilizatoria. Para esto, no hay fórmulas, sino caeríamos en lo condicionado; para esto, se necesita tener valentía, pero no la valentía patriarcal, sino la de comprometernos en la búsqueda de estar expresadas, de no negociarnos, de estar dispuestas a ensayar otros modos de relación, porque sólo a través de este ensayo, iremos desprendiéndonos de las creencias tan arraigadas y marcadas en nuestros cuerpos. Lo que sí sé es que esto no se puede hacer sin estar mentalmente AFUERA del sistema, en otro laboratorio, ejerciendo libertades e irreverencias, y conectándonos a otra estética, distinta a lo que hoy apreciamos como belleza. Hasta que no encontremos feos, muy feos, el bolero y el tango, no encontraremos feos, muy feos, los ejércitos matando.